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Sexo telefónico: ¡Anima tus relaciones a distancia!

“Sí, mi amor, acaríciame aquí”. “¿Dónde, cielo?” No, no están ciegos. Es que están hablando por teléfono. Es una de las soluciones para las parejas fogosas que viven separadas. ¿Que uno no quiere practicar el sexo en solitario y extraña a su amor? Pues eso, el teléfono. La situación es cada vez más frecuente, puesto que hoy en día trabajan hombres y mujeres, y la movilidad ha supuesto que no sea necesariamente en la misma ciudad.

Las tarifas reducidas de los móviles, sobre todo cuando se trata de determinados números, facilitan la comunicación. Cuando la libido me inflama, telefoneo a mi pareja.

UN CASO REAL

Es justo lo que hace Ana, una reconocida psicoterapeuta madrileña. “Hace un año –cuenta– me enamoré de un pintor y pasamos unos días fabulosos. ¡Pero él se tuvo que ir a Estados Unidos, donde vivía! Nuestra relación se cortó en plena efervescencia y no tuvimos más remedio que recurrir al sexo telefónico. Gracias a la diferencia de horarios, compatibilizamos las tarifas nocturnas. Ahora ‘hacemos el amor’ un par de veces a la semana. Así que, cuando volvemos a vernos, no nos extrañamos”. Con el tiempo, Ana se ha convertido en una maestra del sexo telefónico. Como la mayoría de las chicas –aunque no lo sepan–, dispone de una enorme cantidad de recursos. Pero el principal son los gemidos. El hombre es especialmente sensible a ellos. No hay una cosa que lo erotice más. “Aunque jamás deben ser fingidos”, advierte Ana.

Simplemente, no hay que reprimirlos. Deben expresarse conforme la intensidad de la libido se va haciendo mayor. “Al hombre le gusta que le piropeen el miembro –subraya Ana–. Un buen halago en el momento oportuno puede quintuplicar la pasión. ¡Naturalmente hay que abstenerse de nombrar en estos momentos cualquier asunto práctico!”.

Para la mujer son fundamentales las palabras de amor. Tampoco hay que fingirlas. Sólo decir sin tapujos lo que se siente. Es necesario recalcar la belleza del cuerpo. Conforme la pasión nos va arrebatando, se puede decir alguna palabra obscena. Una vez en pleno delirio, es incluso posible soltar una retahíla de ellas. Eso sí, con la suficiente malicia y provocación.

IMAGINACIÓN

La sesión puede ser intensísima y explosiva, ya que hace inevitablemente surgir la fantasía. Como no vemos, tenemos que imaginar. Y la imaginación conlleva el más poderoso de los erotismos. He aquí la verdadera limitación de la pornografía. Al mostrar en exceso lo genital, neutraliza el inmenso poder de la fabulación. La ausencia de los cuerpos, sin embargo, hace que la fantasía se despliegue en toda su fastuosidad. Representarnos mentalmente a nuestro amante desnudo lo hace más deseado aún, hasta el punto de que, cuando lo volvamos a abrazar físicamente, su piel, sus formas, su sexo, nos parecerán más atractivos y fascinantes que nunca.

Lo que más se parece al sexo telefónico es la literatura erótica. Porque la literatura es también imaginación. Las palabras convocan nuestros más íntimos deseos. Por eso, quien se adentra en la lectura de algunos de los textos de la literatura erótica, aumenta los recursos para cautivar a su pareja. A veces, hay palabras entre los amantes que multiplican la libido. Son palabras que se han convertido en un símbolo entre ambos y que hacen referencia a alguna procelosa situación anterior.

PROUST, EN SU MONUMENTAL 

En busca del tiempo perdido, nos relata que la palabra catleya, una especie de orquídea, despertaba nada más nombrarla los deseos entre Odette y Swan, ya que, en su primer encuentro, éste había usado el pretexto de oler la flor que ella llevaba en el escote para besarle los senos. Palabras de este tipo pueden ser muy efectivas cuando sólo disponemos de unos minutos para alcanzar el orgasmo. 

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